Álvaro Ramírez Velasco
El poblano Moisés Ignacio Mier Velazco podría, final y muy rogadamente, quedarse, como es su intención, su gusto, su súplica y su necedad, como coordinador del Grupo Parlamentario del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) a partir del próximo periodo ordinario de sesiones, que comenzará el 1 de septiembre, por dos razones esenciales:
Primero, el prospecto para sustituirlo, el todavía hoy presidente de la Mesa Directiva de la Cámara Baja, Sergio Carlos Gutiérrez Luna, le ha puesto hielo a su intención de derrocarlo, aunque tendría los votos de sus compañeros. El veracruzano juega así una suerte de cortesía.
Y en segundo lugar y más importante: porque se da por hecho que el de Tecamachalco, Puebla, será también incapaz de sacar avante la Reforma Electoral -de la que ya comenzaron los foros-, que propone modificaciones a 18 artículos constitucionales y que envió el Presidente de la República.
Con ello, continuará Moisés disminuyendo su imagen personal y la artificial que se había creado como operador y porque realmente ya no le importa a nadie que se demerite a esos grados.
Mier Velazco, quien por su entorno tan judicializado de por sí está moralmente inhabilitado para ser aspirante serio a la candidatura de su partido a la gubernatura de Puebla, acumulará un nuevo y posiblemente último fracaso como diputado federal y coordinador del grupo mayoritario. Posiblemente en 2024 no alcance siquiera una nueva reelección legislativa.
La anterior Reforma Eléctrica -de importancia vital para Andrés Manuel López Obrador-, que tampoco pudo sacar avante y en la que apenas y se requerían 57 votos de la oposición que nomás no pudo conseguir, lo dejó definitivamente menguado como político serio. Quiso destacar y no pudo.
Ahora, el previsible fracaso de la Reforma Electoral, de la que ni siquiera se espera que se consiga su aprobación integral, sino que en Palacio Nacional apenas se conformarían con algunos puntos, como la renovación del Consejo General del Instituto Nacional Electoral (INE), terminará por ser la evidencia más contundente de que Mier es un párvulo político, al que nunca se le pudieron confiar encargos de buen calibre.
Para el próximo Periodo Ordinario, a Morena le tocará presidir la Junta de Coordinación Política (Jucopo) del Palacio Legislativo de San Lázaro.
El Reglamento Interno y los acuerdos entre las fracciones así lo han definido, desde el inicio de la actual legislatura.
Actualmente la Jucopo la preside el priísta Rubén Ignacio Moreira Valdez, coordinador de su bancada, y para el Segundo Año de Ejercicio de la actual LXV Legislatura, deberá presidirla un morenista.
Por eso y no por méritos “sobresalientes” es que Moisés tendrá ese cargo, si permanece en la coordinación, como se prevé. Ya lo hizo, sin pena ni gloria, en la anterior legislatura.
Aunque los voceros de Moisés Ignacio pretenden hacerlo ver como un “logro”, en realidad es un cargo que se asume por la inercia de las normas internas y los acuerdos en la Cámara de Diputados.
No hay, como dicen los amanuenses de Moisés, ni exposición mediática extraordinaria adicional, ni es una responsabilidad que lo enaltezca, porque además no tiene esas cualidades.
Con el panorama que se le viene y este nuevo fracaso que tendrá, al ser quien comande el barco que naufragará, en realidad el de Tecamachalco se hundirá más. Porque se puede todavía más.
Hay que recordar que Moisés no es un elocuente orador. Ni siquiera uno mediocre.
No es un operador de peso. Ni siquiera aceptable.
Está a cientos de kilómetros de acercarse a aprendiz de político profesional y ya la vida no le alcanzará para convertirse en estadista.
Por más que sus cómplices políticos quisieron ponerle un banquito, para que creciera, Moisés Ignacio jamás ha alcanzado siquiera al cambiar un foco.