Álvaro Ramírez Velasco
Lo mismo hacía con su humanismo, con su especial sensibilidad cuando los niños o los ancianos eran abusados
Miguel Barbosa Huerta fue un hombre que disfrutó mucho la vida y la vivió con inconmensurable apasionamiento. Escogió la política como su actividad y desde joven se convirtió en un político profesional.
En la gubernatura de Puebla debió enfrentar voraces resistencias del pasado. Sus odiadores son aquellos quienes no pudieron seguir haciendo negocios a costa del dinero de los poblanos o que no pudieron seguir delinquiendo impunemente. Visto así, cada detractor es una medalla del deber cumplido.
Miguel Barbosa era también un melómano. Sabía mucho de música. Disfrutaba del rock, del tango, de los valses criollos sudamericanos, de las rancheras. Disfrutaba a Joan Manuel Serrat, y a Joaquín Sabina. Tenía un especial gusto por José Alfredo Jiménez, como compositor y como leyenda.
Muchos compositores contemporáneos fueron sus amigos. No lo comentaba en público, pero en privado tenía muchas anécdotas.
Lo mismo hacía con su humanismo, con su especial sensibilidad cuando los niños o los ancianos eran abusados. Eso era una cruzada con su esposa y sus hijos, también. El servicio a la gente lo ejerció en serio, tanto como la responsabilidad del poder público.
Junto con su esposa Rosario Orozco Caballero, asumió muchos retos de vida y los dos enfrentaron adversidades como uno solo. Decía que fue la mujer que Dios le mandó, exactamente para él.
Lo conocí (disculparán la chocantería de escribir en primera persona) en la LVIII Legislatura de la Cámara de Diputados (2000-2003). En ese ejercicio legislativo, el primero del sexenio del primer gobierno de alternancia, el de Vicente Fox, fue el diputado federal que más iniciativas presentó, unas 64, y fue quien más veces subió a tribuna, unas 150. Ninguna de ellas fue para lo que en la fuente legislativa se conoce como “corcholatazos”, es decir, temas sin importancia.
Disfrutó mucho el parlamentarismo, tanto como la vida partidista.
En el tan difícil Partido de la Revolución Democrática (PRD) de aquellos años, supo acuñar una mayoría hegemónica que le permitió a su entonces corriente, Nueva Izquierda (NI), ser la punta de lanza de la construcción del partido en que la figura siempre fue Andrés Manuel López Obrador.
El hoy Presidente de la República lo despidió en sus redes con un arranque al pésame: “mi compañero”.
El poblano de San Sebastián Zinacatepec, que orgullosamente también se definía como tehuacanero (oriundo de Tehuacán, la segunda ciudad más grande del estado y eje de esa región), fue un ejemplo de disciplina profesional y de firmeza política.
Paciente, luego de que terminó la LVIII Legislatura, se metió de lleno a la vida partidista en todo el país. Fue el jefe político nacional de su corriente. Orgullosamente había comenzado como presidente del PRD en Puebla y desde ahí se planteó, con éxito, una proyección nacional que construyó con los años.
Fue prudente y los reflectores no lo sedujeron por mucho tiempo, aunque supo mantener su contacto con los medios de comunicación y pudo tener muy buenos amigos periodistas.
Pudo volver a San Lázaro, entre el fin de la legislatura en que participó, en 2003, al menos en un par de ocasiones más, pero esperó, para alcanzar en 2012 una senaduría de Lista Nacional. Haber sucumbido al protagonismo y tomar una diputación entre esos años, lo hubieran inhabilitado estatutariamente.
Muchos diputados locales y federales, alcaldes y gobernadores, le debieron el apoyo para conseguir sus cargos a Barbosa en el PRD. Tampoco lo decía él en público.
Los años y la cáustica vida interna del PRD lo curtieron. Era un ruido, porque de otro modo no se podía sobrevivir en la izquierda de esos años.
Como senador y coordinador de los perredistas en la Cámara Alta, tuvo una etapa de brillo. Presidió el Senado, fue el primer poblano en hacerlo, y supo construir su camino desde ese cargo.
En esa etapa, la diabetes le cobró caro un descuido y tuvo la amputación de un pie. La disciplina y la pasión que le ponía a su actividad lo hicieron volver a la arena pública con intensidad.
Sin titubeos, en 2018 se sumó a López Obrador, con quien también había tenido debates ideológicos. Con él, la mayoría de los 22 senadores del PRD y, de la nada, sin que existiera formalmente, Barbosa construyó una bancada morenista en la Cámara Alta.
La gubernatura no fue fácil. Tantos y tantos queriendo conservar sus privilegios; que no cambiara el estado de cosas.
Los corruptos con las ganas de robar más, los delincuentes con deseos de más impunidad, como en el pasado.
Miguel Barbosa pudo haber navegado con esa clase. Voltear la mirada en el momento preciso y dedicarse a cortar listones y a asistir a reuniones de simulación.
Decidió que no y se hizo de varios enemigos, buitres que ahí andan ahora, esperando volver a robar y a delinquir. Esos son los odiadores, de los que aquí no vamos a mencionar nombres.
El político Miguel Barbosa, deberá ser recordado como el Gran Reformista, y ahí está su legado, comenzando por la Reforma Judicial poblana, única en el país y modelo para otras entidades. La narrativa en la historia poblana, con seguridad, lo ubicará en un lugar de privilegio.
Y el hombre, Miguel Barbosa Huerta, lo voy a recordar -de nuevo una disculpa por la primera persona- en una charla inesperada en aquel año 2000, en la planta baja del Edificio B del complejo de Edificios de San Lázaro, disertando sobre la izquierda mexicana y su rumbo de entonces.
A Miguel lo tengo hoy en la memoria, hablando de valses criollos, de Chabuca Granda y su “Fina Estampa”, y sobre ese tango que recomendó, del que ahora no me puedo acordar.
Es tiempo de duelo, pero también de fuerza.