Los Juegos Dieciochoañero a San Lázaro: espinas y virtudes
Álvaro Ramírez Velasco
“La juventud es un defecto que se corrige con el tiempo”, reza la tan citada frase del dramaturgo madrileño Enrique Jardiel Poncela, que construyó su obra principalmente en el humorístico e intelectual teatro del absurdo. Tiene razón completa. Pero la vida es tan breve, que también la madurez, en su concepción social tradicional, parece estar muy sobrevalorada.
Por mayoría calificada, con 438 votos a favor, sin sufragios en contra y una abstención, la Cámara de Diputados del Congreso aprobó bajar la edad mínima para ser diputado y diputada federal de 21 a 18 años.
Si pasa en el Senado de la República y luego la minuta va y obtiene la mayoría simple del aval de los 32 congresos locales -lo que es harto previsible- la reforma constitucional entrará en vigencia y se podrá aplicar en el próximo Proceso Electoral Federal 2023-2024.
Habrá diputados y diputadas dieciochoañeros. La más joven de la actual LX Legislatura en el Palacio Legislativo de San Lázaro es la priísta Karla Ayala Villalobos, quien tiene 24 años cumplidos. Nació el 27 de febrero de 1999.
La reforma al Artículo 55 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que aprobaron los diputados el 11 de abril, es consecuente con los requisitos de la ciudadanía, como condición jurídica, que se obtiene al cumplir 18 años, precisamente. Entonces se adquieren derechos y obligaciones. Se puede también, a partir de esa edad, votar y ser votado.
Sin embargo, el tema de la edad entraña muchísimas complejidades, como la madurez social, jurídica, psicológica y hasta familiar del sujeto, hombre o mujer.
Para muchos ha sido una simpleza bajar la edad para ser diputado. “Si a esa edad estamos bien totos, imagínate que sean diputados”, escuché de una persona cuyas reflexiones, de botepronto, resultan casi siempre inteligentes y acertadas.
Efectivamente, no solamente la evaluación jurídico-legislativa debió prevalecer, pero hubiera sido hasta inconstitucional entrar en un examen reflexivo de otras condiciones, como la social y la psicológica.
Junto con la disminución de la edad requisito para ser diputado federal, se redujo la obligatoria mínima para ser secretario de Estado: 30 a 25 años cumplidos.
La reforma pasará en el Senado, tarde o temprano, y en los congresos locales. Es inexorable.
Luego, los legislativos de los estados harán la armonización local, con la Constitución federal y en los 32 también podrá haber dieciochoañeros como diputados locales.
En San Luis Potosí, por cierto, se aprobó una reforma así en su Carta Magna local, desde mayo de 2017.
¿Está un joven, hombre o mujer, preparado para tomar decisiones legislativas importantes a los 18 años? Absolutamente no.
Pero la mayoría de los 500 integrantes de la legislatura federal de San Lázaro tampoco. La juventud no es una incapacitante.
Lo cierto es que en esta reforma que tuvo prácticamente la opinión favorable unánime de todas las fracciones, hay un coqueteo hacia los jóvenes, para la elección de 2024.
Alrededor de 10 millones de ellos y ellas estarán en posibilidad de hacerlo, si se empadronan y luego asisten a las urnas, por primera vez en 2024. El cálculo conservador, descontando el abstencionismo juvenil, que puede ser muy alto, es que los mayores de 18 años que debutarán en las urnas el próximo año aportarán unos 6 millones de sufragios.
Su voto es importante y bien vale el anzuelo de esta reforma.
El resultado ya se verá. Lo real es que en la Cámara Baja, de los 500 integrantes, las decisiones las toma una cúpula de no más de 30 personas.
Ojalá y en ese puñado esté, en la próxima legislatura, un dieciochoañero.